viernes, 11 de julio de 2008
Carta abierta para los que no viven en África
He visto una película que mostraba cómo se usaban a las personas, en Kenia, como conejillos de india, y he venido a sentarme, con dolor, con mi aliento extremadamente burgués y ese aire de proletario culto frente a la estufa, mientras ella lloraba en el dormitorio. He sentido ese aire de tranquilidad que da la distancia infranqueable, áspera y eterna que tenemos con el continente africano. He visto a los chicos desnutridos del norte Argentino, la pobreza de Brasil, la prostitución de Cuba, la ocupación de México. He pensado con tristeza en las guerras de EEUU, en los militares, en los nazis, en esa serie interminable de miserias humanas. Con el dinero de una guerra se podría detener el hambre del mundo, ja! demasiado fácil. He hecho y he visto, a mis hermanos de tierra, hacer esfuerzos titánicos para que alguien lea una poesía... ...y ahí estamos, solitarios con nuestros esfuerzos inútiles de pobres muchachos desconformes de clase media. Tomando cerveza y vino cada vez mejor. No he sido lo suficientemente valiente para detener una guerra, no he sabido cómo luchar contra el dolor de saberme tranquilo mientras matan gente para probar remedios que luego voy a comprar para mí. Duele y no por eso soy mejor que el que mira para el otro lado, diría que soy un poco más sufriente, y tal vez el otro sufra por lo que le parece y le duele a él. Y ahí estamos, yo con mi dolor y vos y él con sus propios dolores. Con mis esfuerzos individuales, llorando por los chicos en África. Pero no me parece que me hagan llorar los chicos de África, sino que lloro por Rodolfo Walsh, por el posible tío que murió en Malvinas, por Santiago, por el remedio que necesito, por que te veo indeciso frente al televisor; y yo no soy más que un pobre muchacho que ya no tiene ni siquiera la excusa de la juventud para justificar este ímpetu de escribir, porque siente dolor. Estoy escuchando a Chico Buarque cantando “Tanto Mar” y suena maravilloso en su voz. La pena se va calmando en ese porte revolucionario que me da por momentos, en ese dolor inútil y rabioso que lo único que hace es descomprimir para que las cosas no pasen a mayores. Han comprado el dolor, mi dolor y no me dejan más que escribir para que algunos digan: miren a este hombre que bien escribe y nunca estudió o, miren que mal que escribe, lo que pasa que el pobre nunca estudió y ya es tarde, porque burro viejo no agarra trote. Y yo estoy en eso, en recorrer de manera estúpida y aburrida un camino de recuerdos de dolor que no hacen más que darme la excusa para escribir, para tomar otro vaso de cerveza, para irme a dormir mientras las cosas se caen a pedazos del otro lado de la línea. Tu verdad te espera en el amanecer de cada día, un sueño se acuesta junto con todos nosotros, una mano que toma otra mano aprieta algunas veces demasiado, mientras nosotros, pobres muchachos lloramos por la impotencia que nos da esta ignorancia de no saber qué hacer.
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